A la hora de iniciar una
actividad económica, las razones que nos motivan pueden ser variadas. En
nuestro caso, la razón fundamental será crear nuestro propio puesto de trabajo.
Encontrar una idea con posibilidades
de convertirse en realidad será nuestro primer reto y también nuestra primera
preocupación. Acertar con la opción adecuada no es fácil, no depende de la
suerte, ni su elección puede ser fruto de un juego, sino de la búsqueda de oportunidades
en nuestro entorno y más allá de él.
La elección acertada requerirá de
mucha observación, buscar información y experiencias, hablar con unos y otros,
introducirnos en el sector (como potenciales clientes y como posible
proveedores), utilizar la empatía, echar las primeras cuentas, tantear si somos
o no capaces… un proceso en el cual también tendremos que desechar muchas ideas
no factibles o inviables para nosotros.
A partir de aquí, por tanto, un
nuevo negocio sólo tendrá sentido si se inicia en alguno de estos dos puntos de
partida.
·
Nuestra actividad va a atender una necesidad no
satisfecha por nadie (oportunidad de negocio); o,
·
Existiendo ya quien la satisfaga, nosotros vamos
a poder atenderla de forma más eficiente (produciendo más barato o vendiéndola
mejor).
No cabe duda de que todos los
negocios suponen asumir riesgos, pero estos pueden reducirse si tenemos claras
una serie de reglas y le dedicamos el tiempo necesario a conocer el sector de
actividad y a definir nuestro proyecto con sentido común.
Entre dichas línea de conducta destacan
los criterios que siempre tendremos presentes a la hora de tomar decisiones.
Estos tres aspectos deberemos valorarlos conjuntamente pues, en cumplir con
ello reside la estabilidad y el futuro de cualquier actividad económica:
1. El
cliente.
2. La
rentabilidad; y,
3. Solvencia.
El cliente es quien paga por el
producto que ofrecemos. Constituye nuestro punto de referencia principal pues
atender sus necesidades da sentido a nuestra actividad y será la base que
permita nuestra pervivencia y evolución en el sector.
La Rentabilidad es la diferencia
entre los ingresos y los gastos necesarios para obtenerlos. Por tanto, sólo
elegiremos aquellas actividades que nos aseguren, al menos, recuperar todos los
gastos, incluido el sueldo por nuestro trabajo.
La solvencia es la capacidad de
atender nuestras obligaciones en las cantidades y plazos de vencimiento
acordados, esto es, de disponer de dinero suficiente para atender los pagos
según vayan viniendo.
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